François Richard
- Biografía
- Creencias griegas sobre los brucolacas
- Richard cree que es el demonio. Caso de la hija de Calist
- Alexander, el zapatero de Pyrgos
- Grupos de vrykolakas por los campos en Amourgo
- Patino, el comerciante de Patmos
- Vampiros griegos
- Iannetis, el usurero de Santorini
- Los excomulgados y su piel de tambor
BIOGRAFÍA
Poco se sabe de este sacerdote jesuita al que el célebre Montague Summers menciona en su obra The Vampire. His Kith and Kin. Sabemos, eso sí, que vivió algún tiempo en la isla griega de Santorini (Thera), y que conoció de cerca las costumbres y tradiciones de las islas del archipiélago. Richard es el autor de una obra titulada Relation de ce qui s'est passé a Sant-Erini Isle de l'Archipel, publicada en París en 1657. Todos los casos que recopila en su obra se sitúan en el archipiélago de las Cícladas al norte de Chipre. Para exponer lo que dijo sobre los brukolakas, los vampiros griegos, vamos a servirnos del texto digitalizado, que puede consultarse aquí.
CREENCIAS GRIEGAS SOBRE LOS BRUCOLACAS
En el capítulo XV Richard analiza las creencias en las islas sobre los vrykolakas, los vampiros griegos, y en particular se refiere a ciertos casos concretos que habrían sucedido en la isla griega de Santorini, en el mar Egeo. Santorini, o Thera, como se la conoce en griego, es en realidad un pequeño archipiélago de forma circular como resultado de su origen volcánico. Las islas de Santorini se sitúan alrededor de la antigua caldera de un volcán que hizo desaparecer la mayor parte del territorio de la isla original en un cataclismo que probablemente acabó con la civilización minoica, y que según algunos pudo ser el origen de la mítica Atlántida.
Traducimos del francés original (capítulo XV):
Pablo tiene razón al darle al demonio el nombre de malicia, no sólo porque esto ya está confirmado, sino también porque imprime su carácter a todo. Se conoce bien en Francia todo lo que el espíritu maligno opera mediante hechiceros y magos durante la vida de los mismos. Pero no se ignora lo que en estos lugares puede hacer mediante los cadáveres de aquellos cuyas almas posee. ¡Cosa extraña! ¡Anima estos cadáveres, los mantienes conservados en su totalidad durante mucho tiempo, aparece con su rostro, a veces recorre las calles, otras veces anda por el campo; o entra en las moradas, atemorizando. A otros les quita el habla; y a otros la vida; golpea a los unos, daña a los otros y atemoriza a todos. De ahí que cuando aparecen algunos de estos falsos resucitados en algún lugar, los vecinos acuden en masa a una vivienda para poder pasar la noche algo más seguros.
Al principio me convencí de que todo pasaba como en Francia, y que eran las almas de algunos que venían a pedir ayuda, para poder evitar los dolores del Purgatorio. Pero, ¿cómo van a ir en tan gran número? Se ve que aquellos a los que se aparecen de este modo, suelen llevar una vida muy miserable. El Purgatorio no es para aquellos que no creen en él, y las almas que salen del Purgatorio nunca cometen los excesos que estas comenten, como golpear, hacer daño, matar y demás.
RICHARD CREE QUE ES EL DEMONIO. CASO DE LA HIJA DE CALIST Y OTROS
Vista aérea de la isla de Santorini
Continúa François Richard exponiendo su opinión de que el único responsable posible de estos eventos es el diablo que anima estos cuerpos. Y después relata a los lectores el caso de la hija de un sacerdote griego llamada Caliste, que fue exorcizada cuando se comprobó que su cuerpo estaba incorrupto, signo inequívoco entre los griegos de que había muerto fuera de la gracia divina.
Por tanto, se deduce que no son las almas, sino los demonios quienes animan estos cuerpos, y quienes los preservan en su totalidad: del mismo modo que el diablo llamado Baltazo animó el cuerpo de un ahorcado en la llanura de Arlon, porque así se lo pidió un hechicero, tal y como se cuenta en la historia de la posesión de Laon. Lo que me induce a pensar así es que cuando los griegos son molestados por estos duendes, sus sacerdotes piden permiso al obispo y se reúnen el sábado (pues creen que en otro día no encontrarán en la tumba el cuerpo que sirve de refugio al demonio). Allí dicen algunas oraciones, y luego desentierran el cuerpo del que se cree que es un brucolacas [βρουκoλάκασ en el original]. Y cuando lo encuentran entero, fresco y lleno de sangre, están seguros de que es un instrumento para el demonio. Por eso lo condenan a fuerza de exorcismos para que abandone el cuerpo, y no cejan hasta que el demonio se haya retirado, y solo cuando se retira el cuerpo se muestra tal como es, perdiendo gradualmente su color y su buen aspecto, para transformarse en cuerpos pesados, apestosos y horribles. Así sucedió aquí hace unos años con el cuerpo de la hija de un sacerdote griego llamada Caliste, y de la que, como se encontrara su cuerpo intacto, fue exorcizada por un sacerdote griego, considerado como ortodoxo, y en presencia de todos comenzó [el cuerpo] a perder su buen aspecto, y a volverse tan apestoso, que nadie pudo permanecer dentro de la Iglesia, y fue enterrada nuevamente, y ya no se apareció como antes.
A veces los sacerdotes griegos no consiguen nada con los exorcismos, ya sea porque no tienen demasiada fe, o por la obstinación del demonio, que no quiere irse. Entonces le arrancan el corazón, y después de hacerlo pedazos, queman completamente el cuerpo, como se hace en Francia con aquellos que son hechiceros y son condenados como tales por la justicia.
Después expone más casos.
Poco después de mi llegada a Stampalia, cinco cuerpos fueron quemados, tres de los cuales eran hombres casados, el cuarto un monje griego y el quinto una niña. Otro tanto se hizo en la isla de Nio, donde la esposa de uno de estos fallecidos, que vino a mí para confesarse, me aseguró que había visto el cuerpo de su marido, totalmente entero, pasados cincuenta días del entierro, que ellos habían cambiado su tumba, y que habían realizado todas las ceremonias ordinarias: pero como se supo que volvió a atormentar de nuevo a todo el mundo, incluso matandoa cuatro o cinco personas, lo exorcizaron por segunda vez y se le amonestó públicamente.
Hace sólo dos años que, por la misma razón, otros dos cuerpos fueron quemados en la isla de Sifanto; y rara vez pasa un año sin que se hable abiertamente de estos falsos resucitados.
ALEXANDER, EL ZAPATERO DE PYRGOS
Iglesia de S. Nicolás, en Pyrgos, en la isla de Santorini. Créditos: By Bernard Gagnon - Own work, CC BY-SA 3.0, Link
Continúa el jesuita contando otro caso, el de un zapatero de la localidad de Pyrgos, en la isla de Santorini. Se llamaba Alexander. Al morir, volvió para visitar a su familia. Pero no fue para consumir su sangre, sino para arreglar los zapatos de su prole y ayudar a su viuda en las faenas de la casa: cortar leña, acarrear agua, etc. Pese a todo, sus vecinos, temerosos de verlo por allí, incineraron el cuerpo y acabando de este modo con sus visitas.
El caso de Filinión de Tesalia y el relato de Fegón lo hemos tratado aquí.
GRUPOS DE VRYKOLAKAS POR LOS CAMPOS EN AMOURGO
Después refiere como en la isla de Amourgo los brykolakas campan incluso de día por los campos, a veces en grupo.
Esto lo aprendí de una persona digna de fe, según la cual en la Isla de Amourgo estos falsos resucitados estaban tan a sus anchas que no solo salían por la noche; que a veces se les encontraba en pleno día y en grupos de cinco o seis en algún campo, y parecía que comían habas crudas. Con esto que oí contar, ya me gustaría que algunos de nuestros ateos en Francia, que no quieren creer en nada, se tomaran la molestia de venir a este país, para creer, ya no de oídas, sino viéndolo con sus propios ojos, para que vieran con la claridad del día, cuánto se equivocan, cuando creen que cuando el hombre muere todo muere con él. He aquí otra prueba de la verdad.
EL COMERCIANTE DE PATMOS
Patmos. Créditos: By EntaXoyas, CC BY-SA 3.0, Link
Nos cuenta Richard el caso de un comerciante de Patmos que murió mientras realizaba un viaje para realizar unos negocios en Anatolia. La viuda se encargó de que tuviera un entierro digno, contratando a unos marinos para que trajeran el cuerpo. Uno de los marinos vio con sorpresa y miedo que el cuerpo estaba intacto. Una vez enterrado el comerciante regresó de su tumba asaltando las casas de la comarca y atacando de forma violenta a sus ocupantes. Tras muchos destrozos y al ver que ni las oraciones ni los exorcismos le conjuraban se desenterró el cadáver. El cuerpo fue embarcado con la intención de dejarlo en Anatolia, pero los marineros lo desalojaron en la primera isla que encontraron y quemaron el cuerpo.
Richard duda de que los sacerdotes ortodoxos puedan algo contra estos falsos resucitados como los llama con sus oraciones y exorcismos, y que sólo cuando los queman cesan los problemas, porque el diablo ya no puede usar el cuerpo del difunto. Y, puesto que en Francia no se dan este fenómenos, debido al poder de los santos óleos, el agua bendita y la santidad de los cementerios católicos, considera que el hecho de que el diablo posea a tantos difuntos entre los griegos es señal de que su fe está equivocada.
El abad del famoso Monasterio de Amourgo me dijo que un comerciante de la isla de Pathmos, ahora llamada Patino, fue a Anatolia a comprar algo de comida, pero en lugar de encontrar buenas ganancias como él pensaba, encontró la muerte. Su esposa, al enterarse de su fallecimiento, envió un barco a propósito para traer de vuelta su cuerpo al lugar donde nació, con el objetivo de cumplir con el luto habitual de los cristianos. El cuerpo se colocó en un arcón grande que fue subido al bote, de modo que uno de los marineros tuvo la oportunidad de sentarse sobre él, y en ese momento sintió que el cuerpo se movía. Les dijo a sus compañeros, que eran de otros lugares, que abrieran el cofre, para ver en qué estado se encontraba el muerto. ¡Fue algo maravilloso! Lo hallaron sin signos de corrupción, igual que si aún estuviera vivo. Os invito a pensar en el espanto que sentirían y como se habrían lamentado de aceptar este trabajo; sin embargo el compromiso que habían adquirido de devolverlo a la viuda, les obligaba a resignarse. Nada más llegar al puerto lo dejaron en manos de ella, sin decir nada del incidente. La mujer ordenó enseguida que fuera sepultado solemnemente en la Iglesia por su condición; pero al poco tiempo se apareció el muerto y empezó a provocar el terror, entrando de noche en las casas, llorando, gritando y golpeando. A los pocos días murieron más de quince personas, algunas de terror, otras por los golpes recibidos. Los sacerdotes y los monjes del lugar hicieron todo lo posible por detener el curso de tan desastrosa tragedia, pero en vano, porque después de todos sus exorcismos y sus oraciones, llegaron a la conclusión de que era necesario devolver el cuerpo al lugar del que lo habían traído. Pero esto no lolegó a hacerse así, porque los marineros desembarcaron en la primera Isla desierta. y en lugar de sepultarlo, lo quemaron. Después de que fuera reducido a cenizas, el miedo y los problemas cesaron, y la fuerza del demonio pareció disiparse, y este hombre muerto ya no apareció más.
Este abad quería que yo creyera que estas posesiones de los demonios eran una verdadera señal de la bondad de su religión; porque, dijo, no vemos que ningún turco o latino sufra después de su muerte tal cambio. Hay que inferir todo lo contrario, respondí, ya que las posesiones de los demonios eran una señal mucho más evidente de la condenación de los griegos que de la certeza de su salvación. Y que lo que dijo acerca de que ningún turco, o latino se convertían en brukolakas después de su muerte, tampoco era cierto; que en la Historia de los Árabes era todo lo contrario, ya que sólo teníamos que leer el capítulo 23 de esta historia, para saber con qué frecuencia se aparecían en estos grandes desiertos de Arabia; y, sin mirar más lejos, que recordara lo que le pasó en Sant-Erini a Mamouti, que de clérigo latino pasó a convertirse en turco, y por sus enormes y horribles iniquidades fue ahorcado, a petición de todo el pueblo, en el aspa de un molino. Y sin embargo, tras su muerte, nunca dejó de atormentar a los vivos, hasta que no quemaron su cuerpo. Y es cierto que nadie sabe de ningún franco que muriendo en la creencia y la fe de la Iglesia romana se hubiera convertido en brikolakas, ni que se apareciera después de su muerte siendo el instrumento de un demonio a la manera de los griegos, por lo cual damos gracias a la bondad divina; y que por eso muchos atribuyen esta gracia a la bondad de nuestros santos óleos con los que se unge el cadáver, y otros [lo atribuyen] a la virtud de nuestra agua bendita, y aún otros a la santidad de nuestros cementerios. Sea cierto o no, lo dejamos en manos de aquellos que son capaces de juzgar la verdad.
Solo diré que uno de los griegos más importante, debido a la aprensión que tiene de aparecer en tal forma después de su muerte, quiere ser enterrado en nuestra Iglesia, convencido de que la presencia del Santísimo Sacramento y la santidad del lugar evitará que los demonios se acerquen a su cuerpo. Y efectivamente, tras enfermar en el año 1652, ordenó en su testamento que lo enterraran con nosotros; pero Dios le devolvió la salud, después de haber hecho confesarse con el padre François Rossers, y de acudir a San José, según el consejo que le dimos, para que rogara a Dios que lo salvra y muriera en su gracia, para estar, con total certeza, fuera del alcance de todos los demonios.
IANETTIS, EL USURERO DE SANTORINI
El siguiente caso es el de Ianettis, un usurero de Santorini con algunas deudas pendientes que quería retribuir a todos los que había dañado en vida, a los cuales había despojado de sus bienes de forma injusta. Dejó instrucciones a su esposa para que pagara a los perjudicados. Pero cuando murió su mujer faltó a la voluntad del difunto, lo cual, pareció enfuerecer mucho al difunto, pues empezó a aparecer en la casa de sus padres, y sobre todo en la de su esposa. Solía también aparecer en casa de los religiosos, tirándoles de las mantas. A una de ellas le tiró su rosario al suelo y arrojó sus zapatos al agua. Lo que quería era llamar la atención para que su esposa cumpliera con lo prometido y poder descansar en paz. Así lo interpreta Richard, que estuvo presente en el exorcismo que los sacerdotes griegos hicieron frente al cuerpo, que para ellos era sencillamente un brikolakas. Comienza hablando del testimonio de un primo del supuesto no muerto:
Lo que le produjo a este hombre honesto una gran aprensión fue el regreso de su primo Ianneti Anapliotis, quien después de su muerte recorría las calles y atemorizaba a todos. Este lanetti era tenido por el mayor usurero de la isla, y un año antes de su muerte quiso la Bondad Divina tocar su corazón, e inspirarlo para que hiciera una confesión general a uno de nuestros Padres, quien le brindó la mejor asistencia que pudo para la salvación de su alma. Posteriormente hizo una serie de limosnas y restituciones; y tan pronto como enfermó le encargó a su confesor que hiciera saber a todos que si alguien se interesaba por él, o le había usurpado injustamente sus bienes, se lo hicieran saber, ya que era su voluntad resarcirles. Además, le dio órdenes a su esposa, de modo que si después de su muerte se presentaba alguno de éstos, debía compensarlo. Pero feliz el que no pone en otros el seguro de su salvación. Esta mujer, después de la muerte de su marido, dio una limosnas a quien quería, no a quien debía, y a pesar de que la buscaba gente pobre que se sentía muy interesada; de ahí que la noche siguiente a la negativa de su mujer por resarcirlos, su marido, que llevaba seis semanas muerto, por permiso de Dios, comenzó a recorrer las calles, acudiendo a las casas de sus padres y sus allegados; pero sobre todo a la de su esposa. Siendo este hombre bien conocido, al principio no se atrevían a mencionar su nombre. Molestaba todas las mañanas a los sacerdotes griegos con el objeto de que fueran a cantar los maitines; tiraba de las mantas de los que estaban acostados; sacudía las camas de los que estaban dormidos, y realizaba muchas otras insolencias, incluso derramaba el vino de las barricas que había en su almacén. Así pasó un mes en el que todos sufrían con temor todo aquello sin que se atrevieran a hacerlo público. Cuando una pobre mujer, recogiendo hierbas a plena luz del día, perdió el habla durante tres días, aterrorizada al ver su mirada; y otro, reconoció que sacudía su cama de forma violenta, dejándolo lleno de aprehensión. En ese momento se vieron obligados a hacer público lo que pasaba y a pedir a la viuda que cumpliera con lo que había ordenado su marido.
El canciller de la isla, que era su cuñado, vino a buscarme para preguntarme que se podía hacer por el descanso de este difunto. Le dije que no lo tendría, ya que su esposa no había satisfecho a quienes se sintieran perjudicados. Esta solución era demasiado amarga para la viuda, por eso buscó otros remedios. Los sacerdotes griegos a los que consultaba, imaginaban que a este muerto le pasaba lo mismo que a los demás brukolakas, y por ello el sábado siguiente sacaron su cuerpo en secreto de la tumba para exorcizarlo, pero se encontraron con que era un caso diferente a los demás: y es que después de todos sus exorcismos siguió molestando a la gente. Tanto es así que la viuda se vio obligada a seguir mi consejo, y a satisfacer a quienes debía retribuir. Después de eso, para asegurarse aún más, hizo que sacaran el cuerpo de su marido por segunda vez y lo volvieran a exorcizar. Tuve curiosidad por verlo, y con este objetivo en mente me dirigí a nuestro hermano Charles para visitar la Iglesia donde fue exorcizado. El cuerpo estaba tendido sobre el suelo, cubierto con un trozo de lino, que un sacerdote griego levantó para dejarme verlo; pero lamentablemente mientras tiraba de esta tela volcó la caja de madera en la que guardan sus Comuniones, que habían puesto sobre el muerto sin ningún respeto ni luz. Estaba muy apenado por este desorden; y después de haber recogido las partículas sagradas, y de haber devuelto este depósito sagrado a su lugar, observé cuidadosamente este cuerpo que todavía tenía puesta su ropa de tafetán, y que habían depositado allí. Su cabeza estaba toda negra y seca, sin que pudieran verse los ojos, ni la nariz; es posible que se pudriera, y que hubieran sufrido más humedad que las manos, que estaban todas enteras y del color del pergamino. Todas las entrañas se habían consumido. Después de haber examinado todo, le dije al maestro de esta ceremonia que no me había parecido haber visto nada extraordinario en este cuerpo, y que no se parecía a los de los brukolakas, y que no me lo podía negar; pero el otro respondió que ya era bastante con que su corazón estuviera intacto para comprobar que era el enviado del diablo. Me hubiera gustado que me probaran si era cierto que el corazón de este difunto estaba como él imaginaba; pero aquello no estaba permitido. Por eso me retiré y continuaron exorcizándolo hasta el anochecer, y luego lo despedazaron con grandes golpes de palas y lo enterraron en un sepulcro nuevo.
Es cierto que este difunto ya no molestaba a nadie; pero considero que las retribuciones efectuadas [por la viuda] son más efectivas que las oraciones y exorcismos de estos sacerdotes griegos, que no sabían qué decir ni pensar de él, no más que la Reverenda Madre Priora del Convento de las Religiosas de Santo Domingo, que se quejaba a uno de nuestros Padres del miedo que este difunto provocó en su Monasterio. El Padre le dijo que, si se le aparecía, tenía que escupirle en la cara, para ver qué decía. Eso hizo ella. Aquella misma noche vino a buscarla justo cuando comenzaba a adormecerse, tomando el rosario de ella que estaba colgado al lado de su cama, y haciéndolo rodar por el pavimento de la habitación. Ella despertó con el ruido, e hizo lo que le habían aconsejado, con tanto coraje como presencia de ánimo. Le dijo: «Así que viniste, tú maldito, para molestarnos». Y después de decir eso, le escupió en la cara. Él respondió: «Estas son las palabras de tu Doctor». Esta buena religiosa, tanto para infundirse valor como para ayudar a las almas de los difuntos, comenzó a invocar la ayuda de Nuestra Señora y de los Santos, de quienes recitó las Letanías. Mientras, este espíritu se sentó en un pequeño cofre, y profiriendo grandes suspiros, no cesaba de quejarse de que ella no había escuchado sus oraciones. Tomó entonces las zapatillas de la priora, y las arrojó en una tinaja de agua. Al día siguiente [la monja] le contó todo a su Director, quien la animó para que, si lo necesitaba, orara por el descanso de esta alma. El director nos aseguró también que esa misma noche ofreció a Dios todo lo que había podido ganar durante el tiempo santo de Adviento por su descanso, y que cuando estaba acostado sintió dos manos frías en su estómago, lo cual le despertó. Tomó una de ellas, y quiso conjurarlo de este modo; pero quizás su curiosidad no agradó a Dios. No pudo dejar de pensar que [el difunto] había venido a agradecerle la pequeña ofrenda que le había hecho. Nadie pierde dando a un alma afligida. Ganamos tanto al dar como perdemos al rechazar esta limosna. Lo que digo es que, suponiendo que este último [difunto], del mismo modo que no se parecía por el cuerpo a los primeros de los que hemos hablado [los brukolakas], también se diferencia de ellos en los méritos.
Richard quiere dejar bien claro que el caso de Ianettis es diferente a los de los brukolakas, ya que estos últimos han muerto excomulgados; pero Ianettis se arrepintió al final de su vida y trató de enmendar sus errores. Cuando su viuda se negó a cumplir con su voluntad empezó a aparecerse, pero no para hacer daño, sino para obligar a su viuda a que cumpliera lo que le prometió. Cuando la monja reza como si quisiera echarle él se lamenta de que no le escuchan. Sólo cuando la viuda cumple con lo que él dejó escrito en su testamento puede descansar en paz.
LOS EXCOMULGADOS Y SU PIEL DE TAMBOR
Richard termina el capítulo hablando de las creencias de los griegos referentes a los cuerpos que encuentran hinchados en sus tumbas y sobre el poder que le atribuyen a la excomunión:
Yo sé bien que este discurso de los falsos resucitados dará que pensar a muchos, y su curiosidad les llevará a indagar más. Para prevenirlos, les diré que hay otros cuerpos de muertos en los cementerios de los griegos, que después de quince y dieciséis años, y a veces veinte y treinta años, se les encuentra inflados como balones, y cuando los sacan o los hacen rodar por los suelos resuenan como tambores. De este modo les llaman ellos, ντυπι. Ahora, decirles cómo ocurre esto o como puede llegar a ocurrir, a eso no me comprometo aquí; tan sólo puedo asegurar que la opinión común de los griegos es que tal hinchazón es la verdadera señal de la excomunión en que incurrieron aquellos que moraron en estos cuerpos; y que los sacerdotes u obispos griegos, cada vez que pronuncian una excomunión contra alguien, ello conlleva esta maldición, y el que después de la muerte el cuerpo no se puede disolver. Y por ello, la gente que ve estos cuerpos que no se disuelven, se echa a temblar cuando un simple sacerdote pronuncia la excomunión fulminante, como si fuera un gran Patriarca. Quizás, diréis, que hay magia, así como en la retención de orina, de la que hablábamos en el Capítulo anterior. Uno duda de todo esto; sin embargo, los griegos son de otro parecer. Esto es lo que encontré escribiendo sobre estos cuerpos, en un antiguo manuscrito tomado de la Iglesia de Santa Sofía de Tesalia:
"Es decir [dice Richard tras exponer el texto en griego]: Quien ha recibido alguna maldición, o alguna voluntad de sus padres y no la ha llevado a cabo, después de su muerte solo queda la parte delantera de su cuerpo entera.
El que ha recibido algún anatema aparece amarillo después de su muerte y sus dedos están cerrados.
El que parece blanco, ha sido excomulgado por las leyes divinas.
El que parece negro, ha sido excomulgado por algún obispo".
© 2008 (revisado en 2021). Del texto y traducciones, Javier Arries