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Relato de Nicolás C a R. Ambelain acerca de la ejecución de un vampiro ucraniano

(verano de 1911)


EL RELATO DE NICOLÁS C.

Bajo este nombre, Nicolás C... se ocultaría, según Robert Ambelain, un estudiante del que obtuvo información acerca de un caso ocurrido en alguna aldea ucraniana en el verano de 1911. Robert Ambelain publicó el testimonio de este estudiante en su obra Le Vampirisme, de la légende au réel (Paris, Robert Laffont, «Les Portes de l'Étrange», 1977). Presentamos a continuación una traducción que hemos realizado de la narración del Nicolás C... en la obra antes citada de Ambelain:

«En 1911, tená entonces yo veintitres años, tras terminar mis esutidos, me fuí de vacaciones a una aldea de Ucrania, en la que me esperaban mis padres.

Cuanto llegué toda la aldea estaba e estado de agitación. De hecho, hacía tres días que habían procedido a la exhumación y a la destrucción de un cadáver (¡o eso aparentaba!) sospechoso de vampirismo.

Según el relato que me hicieron mis padres, aún bajo el efecto de la emoción general, hacía algunas semanas que cuatro chicas de la aldea habían sido víctimas en diferentes ocasiones de pesadillas nocturnas casi idénticas, conforme a los relatos, extrañamente similares entre sí, de ellas mismas. Se despertaban en medio de la noche, temblando, porque algo que no era posible definir se posaba sobre ellas apretándolas y estrangulándolas. Incluso en el momento en el que despertaban (porque todavía estaban en un segundo estado), durante tres o cuatro segundos, o más, creían divisar en la oscuridad del cuarto y más allá, dos luminiscencias verdes, inmóviles, muy próximas la una a la otra, semejantes curiosamente a dos ojos que parecían tener la fijeza de los de la serpiente.

Al día siguiente fueron examinadas atentamente por sus padres, que habían encontrado en la base del cuello, a la izquierda, dos marcas azules muy próximas la una de la otra, como una señal hecha con las puntas de dos dedos.

En el pueblo, y teniendo en cuenta una tradición siempre viva en estas regiones, se concluyó de inmediato que había sido un ataque de vampirismos. A pesar de la prohibición formal de las autoridades del gobierno ruso para casos similares y de las severas sanciones que se imponían a los infractores de la prohibición, los hombres del pueblo decidieron proceder a llevar a cabo dciertas verificaciones.

Ya sea por acuerdo tácito, ya sea por casualidad, la policía había dejado la aldea aquella semana para dar un paseo que duró todo el día. Los aldeanos se dirigieron inmediatamente al cementerio, y fueron primero a la tumba de un hombre enterrado hacía algunas semanas y que en vida era considerado desde siempre como el brujo local. Con todo el pueblo reunido se procedió a exhumar el cadáver, el cual fue encontrado totalmente intacto, flexible, sin muestras del frío glacial de la muerte, aunque al tocarlo tampoco daba la impresión de desprender el calor de los vivos. Tenía los ojos abiertos, aunque habría sido enterrado con los ojos cerrados, como era costumbre. Además, el lienzo en el que había sido envuelto estaba manchado de sangre.

Se concluyó de inmediato que aquel era el cadáver que había perpetrado físicamente los ataques nocturnos sufridos por las niñas El sepulturero le clavó en el pecho hacia el corazón, una estaca afilada de madera de álamo, cuya punta había sido endurecida en el fuego como un cuchillo de caza. Salió del cuerpo un sangre roja y fluida, aparentemente sana y roja como la de un vivo.

El cuerpo fue puesto enseguida en una hoguera, de unos dos pies de altura y la longitud de un hombre, quemándose rápidamente antes de que acabara la tarde. Una vez terminada la incineración las cenizas aún calientes fueron arrojadas al hoyo y cubiertas. A pesar de la emoción pública, no se emprendió ninguna investigación relacionada con esta ejecución.

No sé, por lo tanto, si se han dado en esta aldea algún otro caso de este tipo. En cualquier caso las chicas no murieron víctimas de los ataques. Durante mi primera juventud oí hablar en el seno de mi familia de casos semejantes, pero las víctimas morían siempre de debilitamiento en un espacio muy corto de tiempo, de apenas algunas semanas, aunque sin causa aparente. Todas tenían las conocidas marcas azules. Sin embargo, uno de ellos (un hombre de cincuenta años) tenía en la base del cuello esas nmarcas carcomidas, con dos cicatrices sanguinolentas, como si hubieran sido realizadas con dos ganchos.

Esas cosas vio mi padre...»

El caso podría ser cierto, y nada de lo que en él se narra es inusual. Hay muchos relatos semejantes que concuerdan con éste. Desgraciadamente es difícil comprobar su veracidad al carecer del nombre completo del testigo ni de la aldea ucraniana en la que habrían transcurrido los hechos; de modo que lo único que tenemos es el testimonio aportado en el libro de Ambelain.

Es cierto que las autoridades penaban muy duramente a aquellos que exhumaban cadáveres por considerarlos vampiros; y la descripción de la ejecución del vampiro con una estaca de álamo se ajusta a las tradiciones locales. Menos corrientes son las alusiones a las marcas azuladas en el cuello. Por otra parte es típico en los relatos sobre vampiros que las supuestas víctimas sufran la típica pesadilla de quedar inmovilizado por un cuerpo que se posa sobre el pecho del durmiente, sofocándolo, una experiencia muy viva que en muchos países se interpretaba como el ataque de un vampiro. Por otra parte los difuntos con fama de haber sido hechiceros en vida son uno de los primeros sospechosos cuando se trata de localizar al vampiro. El relato, pues, se ajusta a otros similares, aunque desgraciadamente no tenemos otras fuentes para verificarlo.

© 2010. Del texto y traducciones,Javier Arries

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