El Conde Arnau
(s. XI)
LA LEYENDA DEL CONDE ARNAU
La leyenda del Conde Estruch, del que ya hablamos en otro artículo, recuerda muy de cerca a otra leyenda catalana, la del Conde Arnau. Pero esta última sí está basada en un hecho histórico y real. En el año 1017, una bula del Papa Benedicto VIII, mandaba cerrar el Monasterio de San Juan de las Abadesas en la comarca catalana del Ripollés. Presuntamente se cerraba por la conducta escandalosa de las religiosas; pero todo apunta a que fue una maniobra del conde Bernardo I de Besalú, que ambicionaba las propiedades del monasterio. Con el tiempo surgieron una serie de leyendas protagonizadas por un tal Arnau Roger, Barón de Mataplana y Conde de Pallars. En algunas versiones de la leyenda es un héroe. En otras es un villano aliado del demonio, que explota a sus súbditos y seduce a las mujeres.
Una de estas historias dice que el conde Arnau, aunque casado con una virtuosa dama de alcurnia, era un libertino que abusaba del derecho de pernada, y mantenía relaciones sacrílegas con la abadesa del Monasterio de San Juan. Para sumar más lindezas a su comportamiento libertino, el conde engañó a sus siervos para que construyeran, sin pagarles después lo acordado, una escalera en el Santuario de Montgrony, y un pasadizo que le permitía alcanzar, a lomos de su caballo, el claustro del monasterio, donde las novicias eran presas de su nefanda conducta. Sus tropelías continuaron hasta que apareció el cadáver de una novicia que se había negado a sus exigencias amorosas (según otras versiones la víctima sería la propia abadesa). El cuerpo habría sido despedazado por los perros del conde.
Estas maldades, su desmedida afición a la caza, y otros crímenes y atrocidades, le ganaron una terrible maldición post-mortem. Fue condenado a vagar eternamente cada noche recorriendo sobre su montura los parajes de sus antiguas correrías en la Sierra Cavallera, cabalgando sin descanso hasta el amanecer, envuelto en las llamas del mismísimo infierno, y seguido por su jauría de perros, en busca de almas culpables como la suya. Es este un mito que entronca de forma muy directa con el de la "cacería salvaje" y las procesiones infernales o de difuntos, que se encuentran con tanta frecuencia en los mitos celtas y nórdicos. En las islas Baleares hay una leyenda semejante con el conde Mal como protagonista. El nombre del conde ya lo dice todo.
Algunos han tratado de relacionar los perros del conde Arnau con los perros diabólicos de Pratdip, pueblo de Tarragona, en el que existe una leyenda acerca de unos extraños perros o animales, cojos de una pata, los dip, emisarios del demonio que salían de noche, mataban al ganado y bebían la sangre de sus víctimas, generalmente borrachos que se perdían de noche en las inmediaciones. Sus víctimas, sólo veían sus ojos rojos brillar en la oscuridad inmediatamente antes de ser atacados. Su imagen, que se reproduce en el escudo de la villa, aparece en el retablo de Santa Maria, de 1602 (puede verse una imagen aquí), y en otro retablo de 1730. Se dice que se extinguieron en el siglo XIX. El conocido escritor Juan Perucho los inmortalizó en 1960, en un relato protagonizado por Onofre de Dip, un caballero que habría sido vampirizado por una condesa de los Cárpatos cuando realizaba una misión diplomática a las órdenes del rey Jaime I el Conquistador. De nuevo lo que tenemos es un relato sobre vampiros, no un caso real de vampiros. A la entrada del pueblo hay una representación del dip que puede vese aquí.
EN CONCLUSIÓN
Todo apunta a que a partir de este conjunto, muy amplio y variopinto de leyendas, en los que el personaje de Arnau aparece a veces como un héroe, y otras como alguien condenado por su lujuria, por su afición a la caza, o por no pagar debidamente las obras que ordenaba acometer en tal o cual lugar, fue alterado por alguien, ya en tiempos modernos, añadiendo elementos que no estaban en la leyenda original, para presentarlo como vampiro. Pero en realidad encaja, como ya hemos dicho, en el mito paneuropeo de la Cacería Salvaje, en los que un personajes, a veces humano, a veces divino o sobrenatural, encabeza una procesión de criaturas del otro mundo, una partida de caza infernal.
Desgraciadamente este asunto ha traído ciertas amargas controversias entre autores e investigadores, en las que no deseo entrar. En todo caso, la opinión es libre, y desde mi punto de vista no estamos ante la figura de un vampiro. Los elementos «vampirescos» han sido añadidos después, en época muy reciente y de forma «artificial».
© 2008. Del texto y traducciones, Javier Arries