Los ritos funerarios de los egipcios
Una momia es un cuerpo que se mantiene sin pudrirse, bien sea por causas naturales, o porque se le ha aplicado algún proceso que permite que se preserve. Sin duda las momias más populares son las típicas momias egipcias y sus característicos vendajes. ¿Qué significa la palabra que las designa? La voz momia viene del persa mummia, vocablo con el que se designa a algo bituminizado, impregnado en betún. En árabe se designa a una momia con la palabra múmmiya, que deriva a su vez de la palabra mum, betún.
Momificación natural y las primeras momias artificiales
En el Egipto Predinástico, hace 6000 años, los difuntos eran enterrados en hoyos que se hacían en la arena del desierto, fuera del territorio ocupado por la tierra fértil dedicada a los cultivos. Los difuntos eran envueltos en pieles de animales o colocados sobre esteras junto a algunas pertenencias y cubiertos con arena. La arena caliente del desierto absorbía la humedad de los cuerpos, causa principal de la putrefacción, desecaba los cuerpos y los preservaba de la descomposición. Así pues, que el cuerpo se conservara tras la muerte era, al parecer, algo habitual para los habitantes del Nilo. Se trataba de una suerte de momificación natural.
Eso era deseable, pues se creía que el ka del muerto, su fuerza vital, su doble, y el ba, su alma, representada con la cabeza del difunto en el cuerpo de un ave, como metáfora de su condición celeste, rondaban cerca del cuerpo y volvían a él regularmente.
La momia «natural» completa más antigua rescatada hasta la fecha es la catalogada como 32751 en el Museo Británico, que data del año 3400 a.C. y procede de Gebelein, ciudad que egipcio se denominaba Per-Hathor («Casa de Hathor»), que estaba situada a unos 30 kilómetros al sur de Tebas. Pertenece al periodo de la cultura Naqada II, y se la conocía como Ginger por el color de su pelo; pero se dejó de llamarla así cuando, por respeto, se abandonó la costumbre de ponerle motes a las momias.
Pero a partir del periodo tinita, que marca el comienzo del Egipto dinástico y que cubre el periodo que abarcan las dos primeras dinastías de faraones, y ya en una sociedad claramente jerarquizada, era habitual que la gente con más recursos se construyera tumbas de mayor tamaño acordes con su estatus social. En lugar de dejar el cuerpo en contacto directo con la arena se cubría con esterillas hechas de caña o con pieles de animales. Después se empleaba madera o ladrillos para cubrir la fosa.
Pero en las cavidades y estancias practicadas en ella se almacenaba el aire. Los cuerpos además empezaron a meterse en ataúdes, que primero eran pequeñas cajas de madera y luego empezaron a ser de mayores dimensiones y a realizarse en piedra o, a veces de arcilla. Además con el tiempo las cámaras fueron haciéndose cada vez más grandes. El cuerpo ya no estaba en contacto con la arena, y la humedad presente en el aire propiciaba la corrupción del cadáver. Este nuevo tipo de enterramiento obligó a los egipcios a desarrollar técnicas artificiales de momificación para evitar que el ka y el ba no tuvieran donde regresar.
Los primeros indicios que tenemos de la práctica de la momificación se remontan al 3500 a.C. y a la ciudad de Hieracómpolis, concretamente a la necrópolis de Kom el-Ahmar, donde se hallaron fragmentos de momias en las que se aprecian vendajes de lino y resinas, sustancias que se empleaban en el proceso de momificación.
Así pues, las vendas y sudarios de lino empapados en resina o en natrón se usaron desde un primer momento. Además el floreciente culto de Osiris trajo consigo que el difunto fuera tratado como se hacía con el cuerpo del propio Osiris según los mitos. El cuerpo del difunto era preparado para que en el Más Allá se transfigurara y se convirtiera en un «osiris», un ser semejante al dios. En la mentalidad egipcia, Osiris, muerto y despedazado por su hermano Set, fue devuelto a la vida con la ayuda de la magia de Isis. Anubis la ayudó a reunir los pedazos, los embalsamó y los vendó. Osiris fue por tanto la primera momia mítica, y Anubis, dios de los muertos, el primero de los embalsamadores, su patrón. De hecho, los sacerdotes que se dedicaban a la momificación, para resaltar la identificación entre ellos y Anubis, y entre el muerto y Osiris, portaban máscaras de chacal para asumir el papel de Anubis. Según narra el historiador griego Herodoto, que vivió en el siglo V a.C., el oficio de embalsamador era transmitido de forma hereditaria.
La momificación artificial era un proceso largo y costoso, sólo accesible a la gente de más alto rango. Con el tiempo, estratos menos pudientes de la sociedad tuvieron acceso a la misma, pero la calidad de la misma dependía del rango del difunto y de cuanto podía gastar él y su familia en el proceso.
Había tres clases de embalsamamiento. En líneas generales el más barato consistía en inyectar el jugo de una planta llamada syr maia por el ano, o por el abdomen, llenando los intestinos. El cuerpo se sumergía luego en natrón. Los egipcios de clase media podían optar a una segunda clase, en la que en lugar del jugo de syr maia se inyectaba aceite de cedro, mucho más caro. En ambos casos cuando el cuerpo era extraído del natrón las vísceras se habían licuado y disuelto en el líquido. Dicho líquido se extraía y sólo quedaba la carne desecada.
La tercera forma, mucho más cara que las otras, llevaba mucho más tiempo y cuidados y estaba destinado sólo para reyes y nobles que podían permitírsela. Diodoro Sículo, el historiador griego del siglo I a.C. afirma que en sus tiempos este procedimiento costaba un talento de plata.
El testimonio recogido por Heródoto
Heródoto, el historiador y geógrafo griego del siglo V a. C. nos habla, de cómo al morir alguien su familia llevaba el cuerpo a los embalsamadores y se negociaba que tipo de momificación se llevaría a cabo (Heródoto, Historias, II, 86):
«Cuando les traían los muertos los embalsamadores mostraban a quienes lo traían modelos de cadáveres fabricados en madera y pintados, e indicaban cual era el más digno de atención, que era el del dios cuyo nombre no puedo pronunciar aquí. Después mostraban el segundo, de menos valor; y finalmente el tercero, que era menos costoso. Una vez que se los han mostrado preguntan cuál es la forma en la que desean que se le prepare. Una vez que se ha acordado el precio, los que han traído el cadáver se van y los obreros, ya sólos, embalsaman el cuerpo».
La técnica de momificar se fue perfeccionando y desarrollando desde el Reino Antiguo alcanzando su forma definitiva y más elaborada en el Reino Nuevo, sobre todo en las dinastías XVII y XIX, momento en el que incluso consiguieron que se conservaran los rasgos de la cara. En tiempos anteriores la momia era una masa bituminosa pegada a los huesos, en la que no se apreciaban correctamente los rasgos faciales.
Procedimiento de desecación
Unos dos o tres días después de morir, el cuerpo era entregado a los sacerdotes embalsamadores. Heródoto afirma que los cuerpos de las esposas de los nobles y personajes importantes se entregaban a los embalsamadores tres o cuatro días después de su muerte, para evitar que estos practicaran la necrofilia con las mujeres hermosas. El historiador griego afirma que esto empezó a hacerse así después de que un embalsamador fuera cogido in fraganti en dicha práctica por un compañero de oficio que lo denunció inmediatamente.
En el caso de los reyes y de personajes ilustres, sigue contándonos Heródoto, el proceso llegaba durar hasta setenta días. Ahora bien, en una inscripción en la tumba de la reina Meresankh III, que vivió en la IV Dinastía se afirma que el proceso duró 270 días. Curiosamente este número se obtiene si multiplicamos los 30 días que duraba un mes egipcio por nueve, y nueve es el número de meses de gestación de los humanos. Podría ser casualidad, pero también es muy probable que este número se haya escogido como símbolo del renacimiento en la otra vida de la reina.
Los embalsamadores trabajaban en estancias especiales situadas cerca del Nilo, ya que el proceso exigía grandes cantidades de agua. El cuerpo era depositado sobre una mesa que a menudo estaba adornada con la cabeza de un león y las patas de la mesa imitaban a las de este animal. A menudo eran de alabastro. En la estancia había otras mesas más pequeñas para depositar sobre ellas los órganos.
La primera operación consistía en deshacerse del cerebro. Este órgano, para los egipcios no realizaba ninguna función especial, era retirado introduciendo un gancho de bronce por las fosas nasales, rompiendo la ligera capa de hueso craneal para llegar hasta él y removerlo hasta licuarlo, de forma que pudiera salir por las fosas nasales. Limpiaban después el interior del cráneo con lino, y lo rellenaban posteriormente con un líquido caliente para sellar los orificios. Dicho líquido, de consistencia resinosa, estaba formado por una mezcla de resina de coníferas y cera de abajas a la que se añadía aceites vegetales y perfumes.
Vasos canópicos o canopes, del 945-712 a.C. Expuestos en el Museo Nacional de Historia Natural, en Estados Unidos
Después se procedía a extraer las vísceras. Un escriba marcaba un lugar en el costado izquierdo del cadáver, la dirección asociada a la muerte, y un sacerdote, al que Heródoto denomina parascyte (cortador), llevando una máscara de Anubis, hacía una incisión con un cuchillo de piedra sobre dicha marca.
A través de la misma se extraían pulmones, hígado, estómago e intestinos, que luego eran lavados con vino de palma y tratados a su vez con aromas y especias para ser almacenados, envueltos en paños de lino, en los llamados vasos canópicos, recipientes que en principio tenían una tapa plana; pero a partir del Reino Medio eran coronados cada uno con la cabeza de uno de los hijos de Horus, aunque en algún caso, como el de los vasos del rey Tut, se reutilizaron otros y se remataron con la cabeza del faraón.
Cada hijo de Horus se encargaba de velar por un órgano específico. Duamutef, era representado en el vaso con cabeza de chacal, donde se guardaba el estómago; Qebehsenuf, con cabeza de halcón, preservaba los intestinos; Hapy, con cabeza de mono, guardaba los pulmones; y Amset, con cabeza de hombre, era el encargado del hígado. Los vasos canópicos, conteniendo las entrañas del difunto, se dejaban junto a él en la tumba cuando llegaba el momento. A menudo los vasos se depositaban en un arcón de madera cubierto con pan de oro y con las cuatro diosas asociadas a cada uno de los vasos: Isis, Neftis, Selket y Neith.
La práctica de la evisceración está documentada ya en enterramientos de la IV Dinastía, durante el Reino Antiguo, ya que se han encontrado las vasijas para guardar los órganos. Hay indicios de que probablemente la práctica es más antigua. El caso es que lo habitual era que en el interior del cuerpo sólo se dejasen los riñones y el corazón, sede de la conciencia. A veces este último era reemplazado por un escarabeo que solía tener inscrito el conjuro 30B del Libro de los muertos, en la parte posterior.
Tras extraer las vísceras el cuerpo se lavaba con vino de palma. Después se desecaba exponiéndolo al Sol y sumergiéndolo en natrón durante 40 días. El natrón es una sal mineralizada, calificada de «pura» y «sal divina» por los egipcios. Se documenta su uso desde el 2600 a.C. Está compuesta de carbonato y bicarbonato sódicos, sal normal y sulfato sódico. Se utilizaba para desecar el cuerpo extrayendo toda la humedad. Se evitaba así la aparición de bacterias. El natrón no sólo se usaba en la parte exterior del cadáver. Junto al finado la familia solía llevar trapos y vendas cortados de vestiduras viejas, y algunos de estos trapos se introducían en el abdomen del cuerpo empapados en natrón y sustancias aromáticas.
Al final del proceso, cuando se sacaba el cuerpo, se retiraban del mismo las bolsas y las telas con natrón y se quitaba la grasa del cuerpo, quedando así como el cuero. Según Heródoto, se llenaba el vientre de una mezcla de mirra pura triturada, canela y otros perfumes, entre los que no se incluía el incienso.
El tórax y el abdomen eran rellenados con serrín, limo del Nilo, sustancias aromáticas, líquenes, bolsas de lino impregnadas de resina, guijarros, tierra, arena, cerámica,… Los orificios se tapaban con cera o semillas de lino previamente sumergidas en resina.
Como último paso de este proceso de desecación se cosía el cadáver. El exterior del cuerpo se untaba con aceites y ungüentos que permitían que el cuerpo quedase flexible, y con una resina negra que repele a los insectos que se alimentan de carne muerta. Los ojos se desecaban con natrón, de modo que en su lugar se ponen otros artificiales, que pueden ser joyas preciosas, prótesis de piedra blanca y negra imitando los ojos reales, tejidos de relleno, cebollas pintadas, o similares. El cuerpo se cubría después con piezas de lino, placas de cera, o, en el caso de los reyes, con placas de oro.
El vendaje
Tras este proceso se procedía a envolver el cuerpo en tiras de lino en forma de vendas, que se pegaban al cuerpo con brea o alguna resina aromática. Esta era labor de los coacytes, según el término griego empleado por Heródoto. Se empezaba por cada dedo, continuando por las extremidades. En cualquier caso el proceso no era exactamente igual en todos los casos, pues tenemos momias en las que los dedos han sido vendados todos juntos. Algunos embalsamadores eran más cuidadosos que otros, lo cual también tendría que ver, suponemos, con el estatus social del difunto o lo que hubiera pgado. En tiempos antiguos, y durante un breve período de tiempo las vendas, la cabeza y el cuerpo se cubrían de yeso.
En tiempos antiguos lo habitual era dejar que el cuerpo reposara sobre su lado izquierdo, más adelante empezó a preferirse la posición en la que el cuerpo reposaba sobre su propia espalda. Los brazos se dejaban pegados en el costado o cruzados sobre el pecho imitando a Osiris. La cabeza era lo último que se vendaba. Sobre ella se colocaba una máscara pintada que podía ser de cartonaje, o de oro u otros materiales, en el caso de los reyes, como las máscaras de oro del faraón Psusennes I, o la archiconocida máscara de Tutanjamon. La práctica de emplear máscaras funerarias parece estar presente ya en el Reino Antiguo.
Mientras se llevaba a cabo el vendaje se iban introduciendo entre las vendas todo tipo de objetos que actuaban como talismanes que darían al difunto, en la otra vida, algún poder, o que restituiría alguna parte de su cuerpo para que funcionara con normalidad en el más allá. Algunas vendas llevaban textos extraídos del Libro de los Muertos y actuaban igualmente como talismanes y conjuros. Todo el proceso iba acompañado de un estricto ritual.
Transcurridos los 70 días el cuerpo, depositado en el interior de varios sarcófagos de madera o de piedra, era devuelto a la familia del difunto, que procedía a hacer el enterramiento, llevándolo en una procesión en cuyo séquito no faltaban plañideras profesionales que iban llorando al muerto.
Procesión funeraria según el Papiro de Ani. El féretro y la momia de Ani son transportados en un trineo de bueyes conducidos por dos hombres, seguidos de un sacerdote sem. Agachada al lado del féretro, Tutu, la mujer del difunto. Siguen al féretro un grupo de plañideras y hombres tirando del trinero que lleva los vasos canopes, y ofrendas.
Un parte importante del ritual funerario era el llamado Ritual de Apertura de la Boca, llevado a cabo generalmente por un sacerdote sem, o por el heredero del finado. Recitando una serie de conjuros y tocando la boca de la momia con una azuela de piedra o de bronce se pretendía así animar la boca para que pudiera respirar. Además era corriente repetir la operación con las manos, las piernas, y otras partes del cadáver (nariz, ojos, oído, etc.), para animarlas a su vez. Los jery hebet o sacerdotes lectores, por otra parte, leían conjuros y rituales.
Al cuerpo se le enterraba dejándole algún tipo de literatura mágica que le permitiera orientarse en el Más Allá y para que pudiera hacer uso de conjuros que le permitieran superar todos los peligros que le acechaban en su viaje. En el Reino Antiguo los textos mágicos se pintaban en las paredes de la tumba (los llamados Textos de las Pirámides). Durante el Reino Medio estos textos derivaron en variantes que dieron lugar a varios libros que se pintaban en el ataúd (los Textos de los Sarcófagos); y por último acabaron derivando, durante el Reino Nuevo, en textos que se copiaban sobre papiro, lo que permitió que pudieran hacerse mucho más accesibles y que mucha más gente pudiera permitírselos, no sólo reyes o nobles. Esta colección de conjuros se conocen de modo genérico como El Libro de los Muertos, o Libro de la Salida a la Luz del Día, porque el texto comienza con esas palabras.
Además se depositaban en la tumba toda una serie de objetos rituales que tenían finalidades concretas, como por ejemplo, las figuras de ushebtis, efigies humanas que, animadas por los conjuros mágicos de los sacerdotes, se convertían en criados del difunto en el Más Allá y que hacían por él las tareas más pesadas. Todo tipo de utensilios que se emplean en la vida cotidiana eran también depositados allí para que el difunto pudiera usarlos en su nueva vida: espejos, joyas, alimentos, paletas de maquillaje, cubiertos, peines, mobiliario, almohadas (ueres)…
Una puerta falsa era tallada en la tumba o en el sarcófago para que el ba del difunto pudiera entrar y salir a voluntad. Delante de la puerta se dejaba una mesa de ofrendas que eran renovadas gracias a los cuidados de un sacerdote dedicado al culto funerario. El ka del difunto salía por la puerta falsa para recoger las ofrendas. Esa es la razón de que el jeroglífico del ka consista en dos brazos extendidos. En realidad, aunque están representados hacia arriba, son dos brazos con las manos abiertas en horizontal para recoger las ofrendas.
Como ya hemos dicho los primeros ataúdes eran cajas de madera sobre las que se pintaban dos ojos para que el difunto pudiera ver. Más tarde se hicieron más largos y de forma rectangular. Por fin, a partir del Reino Medio, acabaron tomando forma antropomórfica y era habitual que fueran encerrados a su vez en otras cajas. El conjunto solía ser depositado en el interior de un sarcófago de piedra en el lugar de enterramiento.
Por si al cuerpo le pasaba algo se tomaban diferentes medidas, como dejar estatuas del difunto que harían de sustituto. Como la cabeza era un elemento importante, además de conjuros para evitar que la cabeza se separe del cuerpo se dejaban en la tumba las llamadas «cabezas de reserva», fabricadas con el propósito de sustituir a la cabeza real del difunto si esta se pierde.
Falsa puerta de Shedy y Heryshefnakht. Necrópolis del Primer Periodo Intermedio/Inicios del Reino Medio. MAN. Foto: Javier Arries