El vampiro de Mykonos
En 1717 veía la luz Relation d'un Voyage au Levant, obra del botánico francés Joseph Pitton de Tournefort. Allí dejaba constancia el viajero galo de las observaciones botánicas y antropológicas que llevó a cabo durante el viaje que realizó entre 1700 y 1702 en tierras griegas y asiáticas. Justo el 1 de enero de 1701 Tournefort se encontraba en la isla griega de Mykonos (mencionada en el texto como Mycone) y pudo asistir a la ejecución, por cremación del cadáver, de un supuesto vampiro que había aterrorizado el año anterior a la población.
El cuerpo fue exhumado en presencia de Tournefort y sus compañeros de viaje, el botánico alemán Andreas Gundesheimer y el artista Claude Aubriet. Tras esperar nueve días conforme a cierto ceremonial religioso, se ofició una misa y el carnicero de la localidad se dispuso a extraer el corazón del cuerpo para incinerarlo. Tournefort señala que el hombre no encontraba el órgano y como dejó gravemente mutilado el cuerpo. El mal olor del cuerpo y el humo del incienso, según Tournefort y sus acompañantes, hizo que la gente creyera ver los signos inequívocos de que el cadáver era un brucolaco. Pese a sus primeros intentos de convencer a aquellas gentes de que el cadáver no presentaba nada especial decidió que era más seguro no intervenir. El corazón fue llevado a la playa e incinerado, pero las actividades nocturnas del vampiro no cesaron, y muchas familias estaban dispuestas a abandonar la localidad para emigrar a las islas vecinas de Siros y Tinos para ponerse a salvo del maléfico cadáver.
Lo que viene a continuación es una traducción que hemos realizado a partir del relato original, el cual puede encontrarse en las páginas 131 a 136 de su Relation d'un Voyage au Levant. Pulsando en el número correspondiente se puede acceder a una imagen de la página original: 131, 132, 133, 134, 135, 136.
Mujeres de Mykonos (ilustración de Relation d'un Voyage au Levant)
En la página 131, en el original, hay una nota que aclara el significado del término Vroucolacas que se emplea a menudo en el texto. Según esta nota el término Vroucolacas (βρουκολακχσ) alude a un espectro compuesto de un cuerpo muerto y un demonio. Tournefort añade que algunos creen que significa carroña. Ahora dejemos que sea el propio Tournefort quien nos explique lo que se vivió en la isla durante aquellos días:
«Vimos una escena muy diferente y realmente trágica en la misma isla con el caso de uno de esos muertos que se cree vuelven después de su entierro. Era un campesino de temperamento melancólico y pendenciero, una característica común en sujetos parecidos. Se le encontró muerto en el campo, no se sabe por quién ni como. Dos días después de que fuera inhumado en una capilla de la villa, corrió el rumor de que se le veía pasear dando grandes zancadas, y que se introducía en las casas, derribando los muebles, encendiendo las lámparas, agarrando a la gente por detrás, y haciendo toda clase de travesuras. La cosa se tomó a risa; pero el asunto se convirtió en algo serio, ya que gentes muy honestas empezaron a quejarse. Incluso los papas (sacerdotes griegos) convenían en ello, y sin duda tenían sus razones; pues así no faltaban motivos para decir misas. Pese a todo el espectro continúo haciendo de las suyas. Por fin se decidió, durante una asamblea que reunió a los principales de la villa, y a sacerdotes y religiosos, que, siguiendo no se qué antiguo rito, se debía esperar a que pasaran nueve días a partir del día del entierro.
Sacerdote griego con hábito (ilustración de Relation d'un Voyage au Levant)
El décimo día se dijo una misa en la capilla en la que estaba el cuerpo, con objeto de expulsar al demonio que según se creía estaba encerrado en él. Una vez dicha la misa, se desentierra el cuerpo y se resuelve que es necesario extraerle el corazón. El canicero de la villa, bastante viejo y poco diestro, comienza por abrir el vientre en lugar del pecho: registra las entrañas durante un buen rato hasta que parece encontrar lo que buscaba: por fin alguien le advierte de que es preciso que atraviese el diafragma. El corazón fue arrancado con la admiración de todos los asistentes. El cuerpo olía tan mal que hubo que quemar incienso; pero el humo, mezclado con las exhalaciones de la carroña, no hizo otra cosa que aumentar la hediondez, y comenzó a calentar la cabeza de aquellas pobres gentes: impresionados por el espectáculo su imaginación se llenó de visiones. Empezó a decirse que un humo espeso salía del cuerpo. Nosotros aseguraríamos, que era el humo del incienso. En la capilla y en la plaza que había delante se gritaba ¡Vroucolacas!: Es el nombre que dan a estos pretendidos retornados. El rumor se extendió por las calles como un bramido, y aquella palabra parecía haber sido creada para hacer estremecer la bóveda de la capilla. Muchos asistentes aseguraban que la sangre corría roja, el carnicero juraba que aún estaba caliente, por todo lo cual deducían que el muerto no estaba muerto, o, mejor dicho, que había sido reanimado por el diablo: Esa era precisamente la idea que se tenía de un Vroucolacas. Aquel nombre resonaba de una forma asombrosa. En ese momento entró un grupo de gente que protestaba en alto afirmando que ya se habían dado cuenta de que el cuerpo no estaba rígido cuando lo llevaron del campo a la iglesia para enterrarlo, y que, en consecuencia, era un auténtico Vroucolacas; así se decía. No me cabe duda de que hubieran alegado que no apestaba si no hubiéramos estado presentes, de tal modo estaban aturdidas y convencidas del retorno de los muertos estas pobres gentes. Por fin se decidió ir hasta la orilla del mar y quemar el corazón. Nosotros, que estábamos al lado del cadáver para observar con mayor exactitud, estuvimos a punto de desmayar ante la terrible hediondez que despedía. Cuando se nos preguntó acerca de lo que pensábamos de este muerto respondimos que le creíamos bien muerto; tratando de calmar, o al menos de no excitar aún más su imaginación, les dijimos que no era sorprendente que el carnicero hubiera sentido cierto calor escarbando entre entrañas que estaban pudriéndose; que no era extraordinario que hubieran surgido algunos vapores ya que era como remover un vertedero; que la pretendida sangre roja que aún permanecía sobre las manos del carnicero no era más que una especie de cieno hediondo.
Pese a estos razonamientos se dio aviso de ir hasta la orilla del mar y quemar el corazón del muerto, el cual, pese a esta ejecución, aún se mostró menos dócil: se le acusó de golpear a la gente por la noche, de forzar las ventanas, de desgarrar los vestidos, y de vaciar cántaros y botellas. Era un muerto muy inquieto. Creo que la única casa que respetó fue la del cónsul, donde nos alojábamos. Entre tanto yo no veía nada más lamentable que el estado en el que se encontraba esta isla: las gentes más razonables parecían tan afligidas como los demás: aquello se convirtió en una verdadera enfermedad del cerebro, tan peligrosa como la manía o la rabia. Uno podía ver como familias enteras abandonaban sus casas, llevándose sus bártulos a la plaza para pasar la noche allí. Cada cual se quejaba de haber sufrido una nueva vejación: con la entrada de la noche no se oían más que lamentos: los más sensatos se retiraban al campo.
Por precaución decidimos no decir nada. No sólo se nos habría tratado de ridículos, también de infieles. ¡Como oponerse a todo un pueblo! Aquellos que sospechaban que dudábamos de la veracidad de los hechos venían a nosotros para reprocharnos nuestra incredulidad y pretendían probar que existían los Vroucolacas citando la autoridad del <<Bouclier de la foy>> (Escudo de la Fe), obra del P. Richard, misionero jesuita. Según decían era latino, y por tanto debíamos creerle. Nada hubiéramos conseguido negándolo: cada mañana se nos ofrecía la misma comedia: tras un recital de las nuevas locuras que había perpetrado aquel pájaro nocturno le acusaban de haber cometido los pecados más abominables.
Los ciudadanos, preocupados por el bien de la comunidad, aseguraban que durante la ceremonia se había dejado de lado lo más esencial. Lo que había fallado, según decían, era que la misa se había dicho antes de haber sido retirado el corazón del difunto. Pretendían que con esta precaución se habría cogido por sorpresa al diablo; y que sin duda no se le habría dado oportunidad para volver; ya que al empezar por la misa se le dio tiempo de darse a la fuga y de regresar después.
Tras razonar de este modo, estaban tan perplejos como el primer día; se hicieron procesiones en toda la villa durante tres días y tres noches; se obligó a los papas para que hicieran ayunos; se les veía correr por las casas, con el hisopo en la mano, echar agua bendita y lavar las puertas; incluso se asperjó la boca del pobre Vroucolacas.
Tanto le repetimos a las autoridades que en un caso similar en toda la cristiandad se habrían hecho guardias durante la noche para sorprender a lo que fuere que se paseaba por la ciudad que se acabó arrestando a algunos vagabundos que seguramente habían tomado parte en todo aquel desorden: aparentemente no eran los autores principales o bien se les liberó demasiado pronto, ya que dos días después, para compensar el ayuno que habían hecho en prisión, volvieron a vaciar los cántaros de vino de aquellos que habían abandonado sus hogares durante la noche. De modo que se hizo necesario recurrir de nuevo a las plegarias.
Obispo griego dando la bendición (ilustración de Relation d'un Voyage au Levant)
Un día durante el cual se recitaron ciertas oraciones, después de colocar una buena cantidad de espadas desenvainadas sobre la fosa del cadáver, el cual era desenterrado tres o cuatro veces por día, según el capricho del primero que llegara, un albano que se encontraba en Mykonos espetó con un tono docto que era ridículo utilizar espadas de cristianos para un caso como éste: "No veis, pobres gentes ciegas, añadió, que la guarda de estas espadas, al hacer una cruz con la empuñadura, impide al diablo salir del cuerpo? ¿Por qué no utilizáis sables turcos?" El consejo de este hombre sagaz no sirvió de nada; el Vroucolacas no se hizo más tratable, y todo el mundo era presa de una rara consternación: ya no se sabía a qué santo encomendarse, cuando de repente a una sola voz, como si se hubieran dado una señal uno a otro, comenzaron a dar voces por la villa que aquello era intolerable, que había que quemar al Vroucolacas entero; qué [haciéndolo así] a ver de qué modo se alojaría en él después el diablo; que consideraban que era mejor recurrir a este extremo que no abandonar la isla. En efecto, había ya familias enteras que pensaban en retirarse a Syra o a Tine. Se transportó al Vroucolacas por orden de los Administradores al extremo de la isla de Saint George, donde se preparó una gran pira con alquitrán, por miedo a que la madera, que estaba muy seca, no quemara con la suficiente rapidez por si sola. Los restos del desgraciado cadáver se dejaron allí y se consumieron en poco tiempo: era el primer día de enero de 1701. Vimos las llamas cuando regresábamos de Delos; bien se le podría llamar un auténtico fuego feliz, ya que no se volvieron a oir más quejas contra el Vroucolacas. Se contentaron con decir que esta vez el diablo si había sido atrapado convenientemente, y se crearon canciones para ridiculizarlo.
Turco y Griego (ilustración de Relation d'un Voyage au Levant)
En todo el Archipiélago están convencidos que sólo entre los griegos del rito ortodoxo griego puede el diablo reanimar cadáveres. Los habitantes de la isla de Santorin temen a los hombres lobo; los de Mykonos, después de que se desvanecieran aquellas visiones, temían tanto las diligencias de los turcos como las del obispo de Tine. Ningún sacerdote estuvo presente en Saint-Georges cuando se quemó el cuerpo, por miedo a que el obispo exigiera una suma de dinero por haber desenterrado y quemado al muerto sin su permiso. En cuanto a los turcos es cierto que en la primera visita no perdieron la oportunidad de hacer pagar a la comunidad de Mykonos por la sangre de aquel pobre retornado, que fue, se mirase por donde se mirase, la abominación y el horror de su país. Después de todo esto no hará falta manifestar que los griegos de la actualidad no son como los grandes griegos de antaño, y que no hay entre ellos más que ignorancia y superstición»
EL CASO DE MYKONOS EN LA BIBLIOGRAFÍA VAMPÍRICA
Dom Calmet dedicó el capítulo 32 de su Dissertation sur les revenants en corps, les excommunies, les oupirs ou vampires, brucolaques, titulado Brucolaco exhumado en presenica del Señor de Tournefort, a mencionar la obra del botánico francés, citando textualmente el texto que hemos reproducido antes.
Incluso el famoso filósofo francés Voltaire se hizo eco en su Dictionnaire philosophique, del testimonio de Tournefort:
Los griegos están convencidos de que sus muertos son hechiceros, y les dan el nombre de broucolacas. Los muertos griegos van a las casas a chupar la sangre de los niños, a comerse la cena de los padres y de las madres, a beberse el vino y a romper todos los muebles. Sólo puede hacérseles entrar en razón quemándolos cuando los atrapan; pero se necesita tener la precaución de no ponerlos en el fuego hasta después de haberles arrancado el corazón, que debe quemarse aparte.
El célebre Tournefort, emisario que mandó a Levante Luis XIV, lo mismo que otros aficionados, fue testigo de algunas jugarretas atribuidas a uno de los broucolacas y de la citada ceremonia.
Por otra parte, el padre Feijoo, el conocido ilustrado español, también dedicó parte de sus Cartas Eruditas y Curiosas a este caso:
42. ¿Pero cómo se compone en el que haya por una parte tales narraciones bien autorizadas, y por otra sean enteramente falsas las prodigiosas apariciones de los [284] Vampiros? Esta no es una gran dificultad para los que penetran de cuántas extravagancias, despropósitos, y quimeras es capaz la imaginativa del hombre, cuando llega a hacer muy fuerte impresión en ella algún objeto. Es esta una potencia generativa de monstruos de todas especies, hallándose en circunstancias, que la exciten a explicar esa infeliz fecundidad. Aun el informe claro de los sentidos corpóreos es ineficaz para borrar sus siniestras impresiones. Y esto es, al pie de la letra, lo que pasa en la ridícula creencia del Vampirismo, como demuestra claramente un caso, de que fue testigo ocular el célebre Botanista Joseph Pitton de Tournefort, y le escribió en la relación de su Viaje de Levante.
43. Estando el expresado Tournefort en la Isla de Micon, o Micone, que es una de las del Archipiélago, sucedió que mataron allí a un pobre paisano, sin saberse cómo ni quién. A dos días después de enterrado, se fue esparciendo el rumor de que le veían pasear de noche; que entraba en las casas, rompía puertas, y ventanas, trastornaba los muebles, y hacía otras muchas travesuras. Fue tomando cuerpo la especie, hasta hacerse creer aun de la gente de más forma; y al fin, convinieron todos, en que el paisano muerto era del Brucolaco, que los inquietaba. Noto que a los mismos que llaman Vampiros en Hungría, Silesia, &c. dan el nombre de Brucolacos en la Grecia, o sólo hay alguna leve diferencia entre éstos, y aquéllos. Celebráronse, para evitar el daño, algunas Misas, sin que el paisano se enmendase. Después de muchas asambleas de los principales del Pueblo, se resolvió, que siguiendo no sé qué ceremonial antiguo, se espera a que pasasen nueve días después del entierro, para hacer nuevas diligencias.
44. Al décimo día se dijo una Misa en la Capilla en que estaba enterrado, a fin de expeler al diablo, que creían metido en él. Fue desenterrado el cuerpo después de la Misa, y le arrancaron el corazón. Asistió a todo muy de cerca Tournefort con sus compañeros de viaje. [285] El cadáver era todo hediondez, y podredumbre. Con todo, los Isleños porfiaban en que mantenía su natural color, que la sangre estaba líquida, y rubicunda, aunque Tournefort, y sus compañeros no veían otra sangre que una masa de malísimo color coagulada. Y el que había arrancado el corazón, aseguraba que al tacto había reconocido el cuerpo caliente.
45. La resolución, que luego tomaron, fue quemar el corazón. Pero esta diligencia de nada sirvió, porque el Brucolaco proseguía en sus travesuras, y aun peor que antes, porque maltrataba a golpes a los vecinos. En todas las casas entraba a molestarlos, exceptuando la del Cónsul, donde estaba alojado Tournefort con sus compañeros. Toda la Isla estaba en una confusión terrible. Todos tenían pervertida la imaginación. Los de mejor entendimiento padecían la misma extravagante impresión, que los demás. Por calles, y plazas todo era sonar en gritos: El Brucolaco, el Brucolaco. Se veían familias enteras abandonar sus casas, y muchos retirarse a la campaña. Tournefort, y sus compañeros todas las mañanas oían nuevas insolencias del Brucolaco. Apenas había quien no se quejase de algún nuevo insulto, y aun le acusaban de que cometía pecados abominables. Pero nosotros, dice el mismo Tournefort, callábamos; porque si mostrásemos disentir a sus cuentos, nos tratarían de infieles.
46. Finalmente, todo paró en apelar al último remedio, que era reducir a cenizas el cadáver. Hízose así. Y desde entonces no se oyeron más quejas del Brucolaco.
Collin de Plancy se hizo eco de este caso en su Dictionnaire Infernal (1818). La traducción del relato que él mismo hace, a partir del original francés, y que es casi literalmente igual al texto original de Tournefort, puede encontrarse aquí.
TODAVÍA SE LE TIENE MIEDO
Pese a que se dice que el cuerpo fue incinerado en la isla de Saint George, un informante llamado George Kalotychosse se puso en contacto con el investigador Rob Brautigam asegurándole que en la isla de Mykonos hay un lugar llamado Cabo Vourvoulakos:
El lugar específico (cabo) es una playa a la que nadie va - verano o invierno - ni siquiera los lugareños, es un lugar terrorífico y nadie vive cerca de allí en millas. ("The specific place (cape) is a beach where never anyone goes - summer or winter - not even local people, its a very scary place and no one lives miles from there.")
Tras pedirle más información a su comunicante recibió el siguiente mensaje:
El Cabo Vourvoulakas está localizado en algún lugar al noroeste entre la línea costera de la playa Agios Stefanos, el cabo Armenistis y el monasterio de Agios Sostis. No hay poblaciones en sus proximidades e incluso los mapas griegos no lo señalan con exactitud, pero encontré un antiguo mapa local de Myconos que ya no obra en mi poder. Para obtener información sobre la localización exacta llamé a la estación de policía, pero me dijeron que no sabían nada. He telefoneado al guardacostas de la isla y me han dicho donde está situado. El único y mejor modo de localizarlo con exactitud es comprar un mapa de Mykonos ya que será difícil encontrarlo de otro modo. ("The Vourvoulakas Cape is located northwest somewere between the coast line of Agios Stefanos beach, Armenistis cape and Agios Sostis monastery. There are no villages nearby and even Greek maps dont have the exact spot, but I have found it on an older local Myconos map wich I don't have no more. To get the info about the exact location I did call the local police station but they didn't know. Then I have phoned up the coast yard of the island and they told me where it is situated. The only and best place to look for the exact location is to buy a map from Mykonos because it will be dificult to find it elsewere..")
Pensamos que quizá este lugar podría ser en realidad aquel en el que se quemó el corazón del supuesto vampiro, y no su cuerpo, que habría sido incinerado en la isla de Saint George, la cual se encuentra a medio camino entre Delos y Mykonos. Tournefort afirma que vio la hoguera cuando venía desde Delos. Por otra parte, por fin hemos logrado localizar el Cabo Vourvoulakas en varios mapas de la isla. Está situado entre la Playa de Stephanos y la Bahía de Choulakia ó Houlakia, nombre de una población en la costa oeste de la isla. Esta bahía y su playa constituyen un lugar turístico de gran belleza, protegido por las leyes de europeas que prohíben incluso que sus piedras salgan de allí.
SACANDO ALGUNAS CONCLUSIONES
Sin duda este relato merece una especial atención por la talla del testigo. Tournefort es un científico cuyos estudios han sido un pilar fundamental en el desarrollo de la Botánica moderna. Su capacidad de observación es digna de tenerse en cuenta. De su relato pueden obtenerse algunas conclusiones interesantes para el estudioso:
1. La nota al lado del texto en la que se afirma que el Vroucolacas es un cuerpo muerto animado por un demonio resulta muy interesante en cuanto que confirma la creencia universal de que el vampiro no es el difunto, sino un espíritu que se aloja en el cuerpo. El hecho de que en vida el dueño del cuerpo fuera de natural taciturno y violento es coherente con la creencia de que las inclinaciones y temperamento del individuo, el alma instintiva, son rasgos psíquicos que permanecen cerca del cadáver. Esas mismas inclinaciones son las que el vampiro, según la creencia popular, muestra en sus correrías nocturnas. Se ratifica así la creencia en un alma que actúa como intermediario entre el cuerpo y el espíritu. Al encontrar muerto el cuerpo del campesino, famoso por su natural violento y agresivo, es más que probable que sus vecinos y conocidos pronto empezaran a concebir la idea de que su cadáver podría alojar a un vampiro.
2. Como observador de primera mano Tournefort nos refiere la atmósfera de autosugestión colectiva en la que los ciudadanos de Mykonos caen paulatinamente cuando, tras la misa, se procede a examinar el cadáver del "vampiro" para extraerle el corazón. Acompañado de Andreas Gundesheimer, botánico y científico como él, están presentes al lado del cadáver cuando se procede a su examen. Entre los signos que los congregados aducen como signos de vampirismo están el calor que el carnicero dice sentir al hurgar dentro del cadáver. Tournefort señala que dicho calor bien puede deberse a la putrefacción de las vísceras, proceso durante el cual el cuerpo puede liberar energía en forma de calor. La nube que dicen ver salir del cuerpo puede explicarse debido a los vapores de la putrefacción y al intenso humo del incienso. La sangre, que los asistentes perciben como roja, es, según el viajero francés un fango negruzco como el que se espera encontrar en todo cadáver cuando la sangre también sufre el proceso de putrefacción. La atmósfera de exaltación que lleva a gritar ¡Vroucolacas! a los allí reunidos se transmite rápidamente fuera de la iglesia a la plaza y calles vecinas. La sugestión parece claramente contagiosa. Aunque no se puede extrapolar a otras latitudes, ni generalizar, resulta un testimonio muy interesante a la hora de calibrar en qué estado se encontraban los vecinos de localidades afectadas por supuestos casos de vampirismo cuando se producía el examen de un cuerpo sospechoso de ser un vampiro. Sin duda esta escena se habrá repetido en innumerables ocasiones. Quizá son más fiables las observaciones realizadas por un número reducido de testigos que aquellas en las que se congrega un gran número de gentes predispuestas a sugestionarse entre sí.
3. Tournefort parece hacer gala de cierto anticlericalismo muy corriente entre los ilustrados y académicos. Ello parece deducirse del comentario en el que sugiere que los popes ortodoxos estarían interesados en que se propalaran los rumores sobre el vampiro con el fin de poder decir más misas con el consiguiente beneficio económico. No obstante no se muestra tan crítico como otros ilustrados, y debemos tener en cuenta que antes de dedicarse a la botánica tenía intención de ingresar en la Iglesia. El científico francés parece desconfiar además del empeño en hacerle creer que los sucesos nocturnos son obra de un vampiro, y le resulta altamente sospechoso que la casa del cónsul donde se aloja no sufra ningún incidente.
4. El examen del cuerpo no corre a cargo de un médico, sino de un carnicero que además se muestra poco hábil y no parece tener demasiadas nociones de la anatomía humana. Esta situación podría ser bastante corriente en situaciones similares, con la consiguiente falta de precisión a la hora de evaluar el cuerpo.
5. Sorprende, como el propio Tournefort hace notar, que no se hagan rondas nocturnas para tratar de observar al vampiro, o incluso que no se vigile el cuerpo noche y día. Quizá la razón se deba sencillamente a que, por miedo, nadie estaría dispuesto a permanecer de noche cerca del cadáver. Como dice Tournefort la palabra Vroucolacas parecía despertar en todos un temor poco menos que paralizante.
6. Hay que hacer notar que todo apunta a que algunos vagabundos podrían haber aprovechado la situación para llevar a cabo correrías nocturnas en las casas de los vecinos aprovechando el miedo que cundía en toda la localidad. Muchos vecinos habían abandonado sus casas lo que facilitaría aún más el que algunos intrusos sacaran partido de la situación. No obstante pese a que hubo detenciones los atentados y tropelíascontinuaron. Hubiera sido interesante haber podido registrar si con igual intensidad o menos que en las noches anteriores a las detenciones.
7. A primera vista puede sorprender el hecho de que los habitantes de la villa no quemen el cuerpo entero desde el principio. Eso es fácil de entender si pensamos que desenterrar y quemar un cuerpo era un hecho condenable según la jerarquía eclesiástica, que aconsejaba siempre acudir a ceremoniales religiosos, oraciones y exorcismos para tratar los casos de vampirismo. Los habitantes de la isla parecen haber recurrido a ello como último recurso y llevados por la desesperación.
8. La nota inquietante la pone el hecho de que las actividades del vampiro cesaran con la cremación del cuerpo. ¿Se trataba de una alucinación colectiva y la cremación actuó como un psicodrama que permitió liberar toda la tensión creada y la vuelta a la normalidad? ¿Se trataba de un grupo de personas qué decidió en ese momento cesar en sus actividades? De nuevo la puerta abierta a la especulación.
© 2008. Del texto y traducciones,Javier Arries